jueves, 21 de marzo de 2013

PARA REFLEXIONAR


by admin



A diario me toca ver cómo los adultos se dirigen a los niños,
 por ejemplo, en el supermercado la mamá retando al hijo ante
 la infaltable “pataleta”; cuando los papás se encuentran con un 
amigo le dicen al niño “ya pues salude con un besito”; cuando los
 van a buscar al colegio los llevan corriendo acompañado de la 
frase “ya pues apúrate” en fin, tantas actitudes que los adultos 
producto de la vida agitada ni siquiera nos detenemos a pensar.
 Claro, es que somos adultos y como tal funcionamos desde un 
mundo distinto, nos encantan los niños bien educados los “viejos
 chicos” porque medimos las conductas de los niños en base a 
nuestros parámetros. A este predominio de la visión de los 
adultos por sobre los niños es lo que Barudy llama “cultura
 adultista”. Pues bien, somos hijos de esta crianza adultista en
que aprendimos a comportarnos según las expectativas de éstos,
por lo que dichos rasgos
 saldrán a flote en algún momento cuando formamos a nuestros 
hijos. 
El modelo educativo que asumimos los adultos no es cuestión 
de elección, sino que se asocia a  las creencias que se tienen sobre
 el proceso de crianza - educación y,  a las propias vivencias que
 se  hayan tenido a lo largo de la vida. Es así cómo la influencia
de nuestra representación social de infancia, entendida como “el
 conjunto de creencias compartidas por la sociedad de lo que
significa ser niño” (Ps.Josefina Martínez), determinará la manera
 de relacionarnos con los niños.
Así, desde nuestro mundo no nos damos cuenta que los niños 
nunca han sido adultos y tenemos apreciaciones que se transforman
 en prácticas cotidianas:
1. No consideramos algunas conductas como propias del momento 
evolutivo, sino como “defectuosas” que en el extremo nos pueden 
llevar a usar sistemas de disciplina autoritarios.
2. Se idealiza la infancia como un período sin problemas ni
 preocupaciones en que a los niños no les afectan las cosas, sin 
embargo, olvidamos que deben cumplir tantas exigencias escolares
 como extracurriculares que quedan sin tiempo para el ocio, para 
jugar y divertirse.
3. Desconocemos las necesidades  de los niños, no tenemos
 tiempo de escucharlos ni tampoco les damos el espacio de 
expresarse y nuestra forma común es decirles “ahora no, estoy
 ocupado”.
4. En palabras de Barudy se los “cosifica”, es decir, se les quita
 su calidad de ser humano y los tomamos como objetos de nuestra
 pertenencia incluso, su cuerpo se ve de público dominio 
obligándolos a saludar de besos a todos los tíos, o el típico 
comentario de papás “mi hijo, lo crío como quiero”.
5. Se ve a los niños como “cheques a fecha” los valoramos por
 lo que llegarán a ser en el futuro y perdemos de vista su presente.
A estas alturas, puede que muchos recién ahora empiecen a 
recordar acciones que los identifiquen con lo anterior y, que
 probablemente desconocían. Entonces, ¿cómo poder revertir
 estas ideas que nos fueron traspasadas generacionalmente?
-      Reconoce  a los niños como personas dignas de respeto y
 trátalos bien.
-      Visualízalos  como personas en desarrollo y no como
 “adultos chicos”, ellos son diferentes a nosotros.
-      Atiende sus necesidades e  inquietudes actuales considerándolas
 como importantes y no como “mini problemas”.
-      Acoge y respeta sus emociones tanto positivas (alegrías) 
como negativas (rabias, penas) , así estarás sintonizando 
emotivamente con él.
-      Reconoce sus esfuerzos y fortalezas.
Ayúdalo a reconocer sus emociones, eso se llama “Alfabetizar 

Emociones” (N. Milicic).
-      Plantea límites flexibles ajustados a la edad, en forma clara
 y en positivo.
-      Permítele tiempo para jugar.
-      Conéctate con tu propia infancia, eso te ayudará a empatizar 
con el niño.

(Recomiendo el libro : “ Recuperar el niño interior ” de C. G. Jung y otros )
Tenemos un gran desafío: salir del paradigma Adultista, no es una tarea simple, pero si miramos el mundo infantil desde la óptica de los niños podremos entenderlos de mejor manera.
 Por Claudia Lewin, Psicóloga.

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